El ruido se produce cuando una democracia reduce la representación de la pluralidad de opiniones e intereses a unas opciones electorales que resultan mayoritarias (cuyas mayorias relativas, en sentido estricto) se convierten en absolutas por mor de los sistemas electorales. Que regalan a los grandes lo que les correspondería a los pequeños. El ruido se transforma en una verdadera ficción jurídica, política y moral.
El ruido se produce cuando las propias estructuras de cooptación de los partidos anulan toda posibilidad de disidencia. Las oligarquías internas debilitan, hasta desaparecer, la necesaria democracia interna. Los diferentes y disidentes se convierten ipso facto en traidores. Se refuerza el temor laboral al futuro. Exactamente como en cualquier empresa.
El ruido transforma la admiración en sospecha. La admiración es un sentimiento (individual o colectivo) de asombro y alegría a la vista de alguna excelencia moral ajena... El ruido silencia ese necesario e imprescindible sentimiento. No puede haber mejores. Sólo deben existir los leales.
El ruido provoca que la ciudadanía (que no ejerce de tal) esté permanentemente fascinada por el espectáculo. Cuanto más grande, vacío y mediático mejor. La claridad y la verdad no tienen cabida en el espectáculo.
Yo confío en la verdad y la franqueza. Desconfío de la destreza y el ingenio de los trileros de la política aplicadas sólo al interés. Confío en quienes hacen lo que tienen que hacer. Desconfío de quienes profesionalizan la mentira (y el ruido) haciéndolos pasar por verdad. No me gusta. Admiro a los que tampoco les gusta. Admiro por eso a mis amigos. Queda ser un refugiado, portador de estigmas, diaspórico, confuso y... libre. Tanto amar sin reflejo da lugar al silencio.
"No sé por qué
pero aún me emociono
cuando veo a gente desfilar
por la calle
enarbolando banderas
de derrota"
Ferrán Fernández
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