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martes, 8 de noviembre de 2011

No diga que no lo sabe: Nuestra mierda huele mejor que la ajena (con perdón)

"Muchas personas se complacen con el aroma de sus propios vientos y sienten repugnancia ante el hedor de los que soplan desde un culo ajeno"  (Rafael Sánchez Ferlosio)


Una campaña electoral es una ocasión especial para reunir altas dosis de cinismo, ambición, soberbia y miseria. Quienes la protagonizan están en el mundo como quien nada tuviera que aprender de los otros. Aunque no siempre sucede así. Ayer participé en un acto público en Benamejí. Asistieron, entre otros, militantes de Izquierda Unida y del Partido Popular. En silencio. Hablé de Andalucía, de su memoria, de cómo hemos llegado hasta este momento. De nuestra indolencia ante el futuro. De nuestra servidumbre... Cuando finalizó el acto vinieron a saludar y explicitamente mostraron su admiración por lo que habían escuchado. Y yo... me reconcilié con la virtud humana (las virtudes son hábitos dignos de elogio, decía Aristóteles). Toda una excepción.

Las campañas electorales se desarrollan alrededor de supuestos líderes (dándose codazos para situarse antes, durante y despues de las elecciones) y discursos enlatados. Todo ello con una manufactura lo más vistosa y llamativa. Todo es espectáculo. Efimero. Falso. Todo es fama. Los líderes son como los hazañeros que mencionaba Gracián: sólo persiguen el aplauso de la muchedumbre (no el conocimiento, ni la reflexión, ni la duda).

Mañana hay un debate. A y B van a simular que son opuestos. Van a sonreir cuando corresponde (uno antes, el otro despues); se pondrán serios cuando toque (uno despues, el otro antes). Van a simular ser diferentes pero... no lo son en lo que representan y aspiran (poder y ganas de poder). Son famosos aunque no por eso dignos de admiración. La admiración es un sentimiento que se produce ante algo o alguien que consideramos reune la condición de excelencia moral y/o ética. Sin embargo A y B son la representación de la indiferencia moral. Su cinismo huele igual... aunque ellos insistan en que el de cada cual huele mejor. No pretenden convencer, sólo ofrecen espectáculo. Saben bien que quienes los ven dejaron de ejercer de ciudadanos para convertirse en meros espectadores. Espectadores que ven deteriorarse su vida (en el sentido más amplio y profundo) mientras deciden entre una servidumbre dulce y una agria servidumbre. Atentos al sabor y no a la condición. Atentos al espectáculo y no a la realidad.

No son un modelo, son un espejo en el que no quiero reflejarme. No los admiro. Están en las antípodas de mi admiración. Tengo, como decía Camus, una enorme deuda de agradecimiento con los pocos hombres que me han permitido admirarlos. Mi padre que enarboló, temblando un 4 de diciembre de 1977, una bandera andaluza y la cuidó, como cuidó de mí. Mi admirado amigo Diamantino García Acosta que construyó su vida como se construye la memoria. Pocos más.

A veces en estas campañas, como en la vida, se cuela la razón y el corazón. Cuando eso ocurre el público-espectador reacciona con asombro y extrañeza. ¡No es normal!, vienen a decir. Y si no es normal es raro. Y si es raro es sospechoso. Y si es sospechoso hay que desconfiar. Esta reacción no se produce con A y B. A ellos se le votará masivamente. Ellos son normales... ¡como todos!. El mundo al revés!
Menos mal que ayer algunos ciudadanos admiraron y yo los admiré. Y me reconcilié...

Nota: los pequeños cuyo espectáculo resulta menos llamativo que el de los grandes (a veces no porque no quieran si no porque no pueden) nunca deberían ser reflejo de esa normalidad. Han dejado la razón y el corazón en nuestras manos... y ademas sabemos, a ciencia cierta, que la mierda huele siempre mal.

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